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La frontera de la diversión y el sufrimiento

Chris Shalbot  /  Feb 19, 2019  /  3 Min Read  /  Community, Mountain Biking

Chris Shalbot races the weather above Big Hole Pass as foreboding clouds gather in the distance. Photo: Scott Rinckenberger

El Sendero de la División Continental no es muy frecuentado, y casi nunca en bicicleta. La escarpada lejanía hace que el acceso sea complicado. Con esto en mente, Scott Rinckenberger, Justin Olsen y yo nos embarcamos por 11 días en nuestras bicis, pedaleando al noreste desde Chief Joseph Pass. Queríamos dar algo de luz sobre esta hermosa área.

La segunda sería nuestra noche más lujosa, con una cabaña con camas, una mesa, un fogón y la oportunidad de lavar nuestro equipo. Aún temprano en nuestro viaje, teníamos la exuberancia propia de mucha planificación y cuerpos semi-frescos. Teníamos la visión de un camino mucho más suave y placentero, escénicos paisajes alpinos, lluvias de meteoritos y asientos en primera fila para el eclipse solar. La realidad sería muy diferente.

Al planear este viaje queríamos comprometer lo menos posible de la experiencia sobre ruedas. La solución fue ubicar coolers sellados en diferentes etapas. Pedalearíamos dos o tres días, alcanzaríamos nuestro escondite, dejaríamos la basura y cargaríamos suficiente comida para llegar al siguiente puesto sin tanto peso. Incluso podríamos dejar un lente o un trípode, o baterías para cargar cámaras y teléfonos. Si teníamos una falla mecánica en el camino estaríamos equipados para reparaciones rápidas que durarían hasta la siguiente parada.

Chris Shalbot prepares breakfast near Homer Youngs Peak. Located on the shore of an unspoiled lake set beneath alpine giants it was the most beautiful and peaceful camp of the entire 11-day journey. Photo: Scott Rinckenberger

Chris Shalbot prepara el desayuno cerca de Homer Youngs Peak. Ubicado en la orilla de un lago prístino justo al pie de gigantes alpinos, este fue el campamento más hermoso y apacible en los once días de viaje. Foto: Scott Rinckenberger

El camino era abrupto, rústico y remoto. Por momentos era más eficiente empujar las bicicletas y cuidar las piernas. Cuando cientos de árboles quemados se presentaban caídos en nuestro camino o el pasto a la altura de nuestras rodillas camuflaba la ruta, recurríamos a la asistencia de nuestro mapa para encontrar las direcciones generales del sendero.

Nuestra soledad en el descampado se quebraba de vez en cuando por un caminante o dos. Luego teníamos otros 65 o 80 kilómetros por delante sin ver un alma. Las conversaciones a veces eran solo un par de frases, usualmente sobre avistamientos de osos grizzly. “No” era siempre, afortunadamente, la respuesta de ambas partes. Nuestros únicos avistamientos de grizzlies ocurrieron antes del viaje, cuando estábamos escondiendo la comida. Tenían kilómetro para avanzar, y eso hicimos nosotros también.

Para el día cuatro o cinco encontramos nuestro ritmo. Descubrimos la forma más eficiente de empacar nuestras cosas y cada uno tenía sus tareas cuando llegábamos al campamento.  Cuando estás quemado por el esfuerzo, tus necesidades se hacen más simples: come, encuentra agua, descansa tu cuerpo. En nuestro último día, con las tricotas manchadas de polvo y sudor, nos reímos del valor que le dimos a lavar la ropa nueve días antes, cuando estábamos en la cabaña. Esa simpleza era la que estábamos buscando todo este tiempo.

La ironía, por supuesto, es que el mayor atractivo de senderos como este es también lo que los pone en peligro. Ellos nos proveen de la simpleza y la soledad que buscamos, pero carecen de las voces y los recursos necesarios para mantenerlos abiertos al público. Hay un balance en todo esto. Conservar no debe significar nunca poner un pie sobre algo. Puede venir simplemente de usar senderos como este de una forma respetuosa, alentando a otros a hacer lo mismo y usando tu voz para proteger estos remotos pero increíbles lugares.

Esta historia apareció originalmente en evo.com.

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